Depende de ti

A mí no me parece mal el uso frecuente de frases hechas que forman parte de nuestro acervo religioso, ?a quien madruga Dios le ayuda?, ?que sea lo que Dios quiera?, ?es la voluntad de Dios, son los designios de Dios?. Sin embargo, a veces hay frases que chirrían tantísimo que deberíamos repasarlas o repensarlas un poco en nuestra oración, porque a la larga no hacen mucho bien. Hace poco alguien me dijo que todo lo ponía en las manos de Dios. Es magnífico, suena a hacer la gran apuesta, toda mi vida se la doy a Dios porque sé que puedo fiarme de Él. Sin embargo, ponerlo todo en sus manos, ¿no suena un poco a ?y yo me pongo al margen?? A lo largo de mi vida sacerdotal he escuchado a mucha gente decirme que están deseando irse al Cielo de una vez. Pero lo dicen sin la apetencia del enamorado, sino con el acento del desganado, del agotado, del que ya no puede más con el lastre de vida que lleva. Y llegarán al Cielo, sí, pero hastiados de la vida que Dios les regaló. Menuda papeleta para Él, ver a sus hijos cansados de su propia obra. Si fuéramos sinceros, a veces deberíamos añadir a ?lo pongo todo en tus manos?, un ?y que, vamos, ya no cuentes conmigo?. Es como el hijo que reúne a la familia en el salón de casa y les dice, ?a partir de ahora, papá, mamá, decidís por mí, que yo ya no puedo más?. Y los padres, que sólo quieren ver crecer a su hijo tomando las mejores decisiones, se quedan tristes, porque el chaval ha reculado y vuelve de nuevo a la protección del nido, porque la vida le queda grande. El Evangelio de hoy nos cuenta una pirueta que no se habría esperado ni una sola persona religiosa del planeta, pertenezca a la religión que pertenezca. Es Dios quien pone todo en manos del hombre, es justo al revés. El relato nos habla de dos ciegos que siguen a Cristo, le van gritando desde lejos que les cure, que ya basta de no ver. Entonces el Señor, que les ha oído desde el primer minuto, se vuelve a ellos y les dice si creen que Él puede hacerlo, ¿cómo?, sí, que si creen que Él es capaz de hacerlo. La decisión de la curación está entonces en el bando de los pobres ciegos, no en el de Cristo. Si no aportan el peso de su fe, el milagro no les alcanza. Es más, la medida de su fe será las que les otorgue lo que piden, ¿cómo?, ?que os suceda conforme a vuestra fe?, ni más ni menos. Podría haberles hecho la catequesis contraria, ?que suceda conforme a mi omnipotencia?, pero no, les está pidiendo una fe arrogante, protagonista, mayúscula. Es algo inaudito. Es decir, al Dios de los cristianos no le gusta operar autónomamente, no es la Inteligencia Artificial a la que le pedimos que nos resuelva la renovación de la plantilla de la empresa, y así nosotros nos lavamos las manos. No, es un Dios que mira a los ojos de los hombres, les tiene en cuenta como a sujetos activos. No somos comparsa de Dios. La fe entonces es una sustancia activa, una realidad creativa que Dios nos ha regalado para que la cuidemos como al coche nuevo. Si pensamos que Dios nos quiere al margen, erramos. Este vivir en convivencia con Dios es la joya de la corona de nuestra vida cristiana. Nadie va por su lado, Dios se da enteramente si yo me doy enteramente, a la par. Por tanto, Dios me necesita. A Él le gusta ponernos las medallas en la solapa, ?es tu capacidad, eres tú??, porque Él prefiere seguir inadvertido por el mundo, escurriéndose, esperando ser solicitado, a la espera de una fe creativa.